26 de octubre de 2017.

Un Teatro UdeC repleto de público y de altas expectativas volvió a recibir al celebrado Paolo Bortolameolli, flamante director asistente de la Filarmónica de Los Angeles. Apenas 3 semanas después de su impresionante concierto anterior con la Sinfónica UdeC, el joven maestro chileno no defraudó en un extenso programa que tenía como obra principal a la Sinfonía n° 5 de Shostakovich.

Esta colosal partitura fue precedida por una suerte de extenso preludio en tres secciones. En primer lugar, se interpretó la breve Sinfonía n° 23 de Mozart, una muestra de cómo la sinfonía clásica temprana y la obertura operística eran originalmente indistinguibles. La pieza fue servida con sonido sano y transparente, clara articulación y dinámico fraseo, siguiendo la línea de las interpretaciones historicistas. En seguida fue el reencuentro con una de las creaciones seleccionadas en las convocatorias de Corcudec para el estreno de obras chilenas. Se trató de “Clamores” (2012) de Rodrigo Herrera, una partitura que podría atraer incluso a quienes suelen aproximarse con cierto temor a la creación contemporánea. La atmósfera expectante de esta pieza pareció continuar en el ondulante “oleaje” del inicio de la Obertura “Las hébridas” de Mendelssohn, tercera obra del programa. La versión de Bortolameolli acentuó con gran efecto el contraste entre los pasajes más rápidos y urgentes y aquellos más líricos, especialmente el etéreo dúo de clarinetes cercano al final.

Cuando se apagaban los entusiastas aplausos tras la primera parte del programa, el director regresó al escenario para invitar al público a leer la información contenida en el programa de mano acerca de la Sinfonía n° 5 de Shostakovich y que ubicaba su creación en el contexto de la ofensiva de Stalin por controlar la creación artística soviética. Tras el intermedio, el joven maestro se sentó al piano para complementar la lectura con acertados ejemplos musicales, explicados con su contagioso y característico entusiasmo.

Alentada por Bortolameolli, la orquesta entregó todo de sí en una interpretación de intensidad apabullante de la partitura de Shostakovich. Los momentos más estremecedores fueron tal vez el lloroso “coro” de cuerdas y los desolados solos de maderas del movimiento lento, junto con el extenso “accelerando” al inicio del último movimiento: una indicación generalmente no respetada por los directores, pero que Bortolameolli asumió hasta sus últimas consecuencias, tan desquiciantes como el régimen opresivo al cual el compositor buscaba desesperadamente complacer y, al mismo tiempo, denunciar.

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